Los países de América Latina entran en el último cuatrimestre del año sin haber resuelto las incertidumbres políticas e institucionales que acumulan desde hace un lustro y que se han incrementado con la pandemia lo cual, con la expansión del virus aún no controlada, provoca serias dudas sobre la solidez, alcance y duración de una recuperación de la economía que se empieza a sentir.
Desde el punto de vista político-institucional, la región sigue inmersa en un bloqueo reformista que impide la puesta en marcha de reformas estructurales claves para modernizar las economías al hilo de la actual revolución tecnológica.
Si bien hay gobiernos que no tienen voluntad política y no creen que se deban poner en marcha tales reformas estructurales y otros carecen de fortaleza política, la mayoría no emprende ese camino porque el calendario electoral, con numerosas elecciones presidenciales a corto y medio plazo, reduce el margen de acción de los ejecutivos.
Esta situación política incide sobre la economía regional que no se beneficia tanto como podría del viento de cola que empieza a soplar una vez que las economías internacionales se recuperan tras la crisis de la pandemia de 2020.
El alza en las materias primas es parte de ese viento de cola que trae aparejada otros riesgos: por ejemplo, un rebote inflacionario. Las mayores economías de la región registraron en julio una inflación anual elevada, del 9% en Brasil, 5,8% en México, 4% en Colombia, 4,5% en Chile, y 3,8% en Perú.
Esta incertidumbre política y volatilidad económica se da junto cuando la pandemia está lejos de haber sido contenida.
En cuanto a la marcha de la vacunación, la heterogeneidad sigue siendo la principal característica de la región y solo dos países han conseguido acercarse al 70% de vacunación con la pauta completa (Uruguay y Chile) mientras que el resto no llegan al 50% y la mayoría se sitúa incluso por debajo del 25%.